— División Noticias LT9
En abril de 1985, el juicio a la junta militar comenzó a dar forma a una nueva etapa en la historia de Argentina, marcada por la justicia y el fin de la impunidad.
Durante este proceso judicial, más de 800 testigos brindaron sus desgarradores testimonios, revelan la magnitud y sistematicidad de la represión ejercida durante la dictadura.
A pesar de la complejidad y los riesgos del momento, la Corte logró mantener la convicción de que este juicio debía llevarse a cabo para demostrar que en una democracia, no hay impunidad para los crímenes cometidos, ni siquiera por los más poderosos.
En exclusivo por la Nueva Nueve, el ex juez y abogado Ricardo Gil Lavedra, quien formó parte del tribunal que juzgó a los responsables de la dictadura cívico-militar, reflexionó sobre el impacto histórico de ese juicio. "Me parece que ha quedado indisolublemente ligado a la recuperación democrática porque permitió que esa joven democracia argentina comenzara a construirse abrazada al imperio de la ley", expresó Gil Lavedra, quién además consideró esta instancia jurídica como un punto de inflexión fundamental para establecer un precedente en el que el poder debía someterse a la ley.
Los testimonios de las víctimas fueron impactantes, testimonios como los de Adriana Carvo de la Borde, Gladys Cuervo y Pablo Díaz dejaron claro lo que muchos argentinos no querían ver: la brutalidad y sistematicidad de las torturas, secuestros y desapariciones forzadas.
"Los testimonios de las personas que sufrieron cautiverio eran sinceramente desgarradores por la gran cantidad de padecimientos que habían vivido", recordó Gil Lavedra.
El juicio no solo dejó una huella en la memoria colectiva del país, sino que también enfrentó una realidad de amenazas constantes hacia los miembros del tribunal. En un momento de transición de dictadura a democracia, las intimidaciones del aparato militar fueron una constante, aunque, como señaló el ex juez, el miedo no fue suficiente para detener el proceso. "Tenía miedo es que no pudiéramos hacerlo, que no pudiéramos llevarlo a cabo, que esto se interrumpiera", comentó.
Hoy, a 40 años del juicio, sigue existiendo una parte de la sociedad que intenta restar importancia a los crímenes de la dictadura, comparándolos con los actos de las organizaciones terroristas. Sin embargo, Gil Lavedra es firme en su postura: "Nada justificaba una salvajada del tenor de lo que vivimos". La justicia, lejos de ser una cuestión política, es un principio esencial para construir una nación.
El abogado sostuvo que el juicio a la junta militar no solo significó un acto de justicia para las víctimas, sino también un acto fundacional para la democracia argentina, y en está línea se refirió a la recienten producción audiovisual protagonizada por Ricardo Darín y Pedro Lanzani: Argentina, 1985 que representa los eventos de ese juicio, continúa generando debate y ayuda a mantener viva la memoria.
A cuatro décadas del juicio que marcó un antes y un después en la historia argentina, la memoria sigue siendo un ejercicio necesario y urgente. No se trata solo de recordar lo que ocurrió, sino de comprender por qué fue tan importante que ocurriera: Una democracia sin justicia no puede sostenerse.
En palabras de uno de sus protagonistas, Ricardo Gil Lavedra, lo esencial fue "cumplir con el deber", y ese deber fue sentar en el banquillo a los autores materiales e intelectuales de la desaparición forzada de personas, la tortura, el robo de bebés y los crímenes más atroces cometidos desde el poder del Estado.
Hoy, cuando algunas voces intentan relativizar lo vivido y resurgen discursos negacionistas que buscan diluir responsabilidades o equiparar crímenes de Estado con otros hechos de violencia civil, el juicio a las juntas vuelve a recordarnos que no hay futuro posible sin memoria, verdad y justicia. Lo que se juzgó en 1985 no fue solo un pasado de horror, sino también la decisión de una sociedad de enfrentar su historia con coraje y dignidad. Fue -y sigue siendo- la posibilidad de que el Nunca Más no sea solo una consigna, sino una promesa cumplida y sostenida frente a todo intento de olvido o distorsión.