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Massa y Rimoldi, o el costo de las oportunidades perdidas

Los malos resultados previos trajeron a los nuevos ministros, cuya actuación está por verse. La necesidad dramática de gobernar la Economía y la Seguridad, en la dirección que sea. Y el gravísimo riesgo de no hacerlo.

— Gustavo Castro

JUEVES 11 DE AGOSTO DE 2022

Los flamantes ministros de Economía de la Nación, Sergio Massa, y de Seguridad de la provincia, Rubén Rimoldi, tienen varias coincidencias. No se trata de que formen parte del mismo espacio político. Tampoco que cuenten con un programa en común en ambas áreas. Mucho menos que tengan una relación personal. Lo que los emparenta es que los dos llegan a sus volcánicas responsabilidades por la escasez, o lisa y llana ausencia, de resultados positivos de sus predecesores. Son, más allá de sus méritos, una consecuencia.

También los equipara el reproche interno y externo que reciben por sus, a priori, lineamientos de gestión. En el caso de Massa porque es la encarnación de un fuerte programa de ajuste, contradictorio con la agenda tradicional de la socia mayoritaria del Frente de Todos, Cristina Fernández de Kirchner. En el de Rimoldi, porque su perfil choca con el estricto control civil de la policía reivindicado por Omar Perotti en los inicios de su gestión.

Una cosa llevó a la otra. Los gobiernos peronistas asumidos en 2019 en la Nación y en la Provincia llegaron con dos demandas ciudadanas muy concretas: ordenar, tranquilizar, pacificar. La economía y la calle. Está a la vista, las apuestas originales por Martín Guzmán y Marcelo Sain se revelaron fallidas.

Se podrá decir, tal vez con razón, que asumieron responsabilidades dramáticas. Que las herencias eran realmente pesadas. Que luego vino la pandemia. Que la sociedad atravesó una etapa literalmente traumática. Que la oposición política, económica, social y mediática se volcó a posiciones virulentas, a veces de boicot, otras lisa y llanamente golpistas. Que la dinámica interna de las coaliciones gobernantes no ayudó. Pero lo cierto es que los resultados no fueron los esperados. Ni de cerca.

A riesgo de sobregiro con las metáforas futboleras: los hinchas se suelen sumar inicialmente a las quejas por los flojos arbitrajes, el pésimo desempeño del VAR, las malas artes de los rivales, el sesgo escandaloso de las confederaciones, pero si se acumulan las derrotas se empieza a pedir la renuncia de los directores técnicos. Y si uno y otro DT no logra al menos detener las caídas, el paso siguiente es pedir la cabeza del presidente del club.

Cristina y Perotti lo tienen claro. Son ellos, en definitiva, quienes ponen en juego el capital que construyeron a lo largo de décadas de acción política. Que se mide en votos. Para la vicepresidenta es más grave aún, en tanto la disminución de su volumen electoral es directamente proporcional al riesgo de perder su libertad ambulatoria. La suya y la de su familia.

Eso no los exime de la responsabilidad que les toca. Más bien lo contrario. Es por eso que, ante el espanto del abismo cercano, toman decisiones de emergencia. Duras, casi desesperantes. Que asoman opuestas a su prédica y su acción originales. Porque peor que caminar en una dirección contraria a la elegida al principio es que se termine el sendero. O que te corten las piernas, valga la reiterada referencia futbolera.

El desgobierno en aspectos tan sensibles como el bolsillo y la vida es sinónimo de caos. Y ahí, en ese pantano, no es habitual que se encuentren materiales para construir paz y justicia social. Más bien es probable que sea el nido de un fenomenal huevo de serpiente. Cuyo cascarón ya está demasiado resquebrajado.

*El autor del artículo es periodista y se desempeña como columnista en diferentes medios. 

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